Era yo niño e íbamos camino del pueblo cuando al padre de un amigo se le ocurrió parar en Ponferrada con objeto de comprar unos botillos, «Para cenar.», dijo.
Tras saludar a todos los que veíamos por el camino, llegamos por fin al pueblo, descargamos los bártulos y, mientras se ponían a preparar los botillos, me fui con unos chavales de por allí a coger cerezas, que no era plan de perder el tiempo porque la temporada iba avanzada.
Según los locales, por la noche eran un poco pesadas de digerir y me recomendaron tragarme un güito por cada cuatro cerezas.
Como lo último que deseaba después de un día de viaje era andar dando vueltas en la cama sin pegar ojo, me puse a comer cerezas según la indicada pauta de 4 cerezas/1 güito.
Luego vino el botillo.
Después cierta pesadez general.
Más tarde el hospital de Lugo.
Noche en vela dando vueltas camino de Lugo y regreso de Lugo.
Un buen debut con las cerezas.
Años después, me sentí aliviado tras una conversación en la que hablaban de cerezos macho y de cerezos hembra (también conocidas como «cerezas», el mismo nombre que los frutos).
-«Menos mal que fueron cerezas-fruto y no cerezas-árbol porque, con lo dura que tienen la madera, no lo hubiera contado.»
Hay cerezos y cerezas en diversas partes del mundo. Por ejemplo, a los japoneses les gustan mucho los árboles, las flores y los frutos que tienen esos nombres. Lo mismo les sucede a los del Valle del Jerte. Quizá esta coincidencia en gustos se da porque en ambos casos, las palabras «Japón» y «Jerte» empiezan por «jota». Aunque ignoramos si alguna de las localidades de este valle tan visitado por los de la 3ª edad está ya hermanada con alguna localidad japonesa de nombre raro, nos permitimos desde aquí hacer un llamamiento a los alcaldes de todos los núcleos de población que integran el Valle del Jerte para que a la mayor brevedad posible tengan a bien hermanarse con quien haga falta en el país del Sol naciente, no vaya a ser que se adelanten los del Pachá de Ibiza y nos quedemos todos sin cerezas de las de comer para pasar a observarlas sólo en formato de logotipo no comestible.
Tengo también una amiga a la que llamamos «Cerezo» (no sé si se trata de nombre o de apellido), oriunda de esa Segovia que es -según las estadísticas- la provincia española en la que se da el porcentaje más elevado de personas con tal apellido. Por contra, con el apellido «Cereza», hay muy poca gente, lo que podría sin duda interpretarse como un signo de la discrimación secular que han padecido las mujeres en el planeta y que exige un segundo llamamiento para equilibrar el número de personas que comparten ambos apellidos en sus versiones femenina y masculina. Equilibrio que podría lograrse de inmediato y sin demasiado coste añadiendo un palito a la «o» de quienes se apellidan Cerezo para que pasaran a apellidarse Cereza antes del 31 de diciembre del año en curso.
Por otro lado, en España tenemos algo que no tienen ni los japoneses ni los del Valle del Jerte. Se trata de los Cerecinos, pueblos que hay por ahí en los que antes vivía más gente que ahora y de uno de los cuales era un chaval que hizo la mili conmigo.
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